LA HUERTA DE DESTRIPATERRONES
La huerta deL Destri no es tan solo una huerta;
no es un trozo de campo cultivado por él;
no es la tierra dormida que su mano despierta;
en su alma campesina convertida en vergel.
Porque dicen las gentes que El Destri, de mozo,
acotó este pedazo de un páramo desierto
y haciendo del trabajo su deleite y su gozo
con tesón y paciencia lo convirtió en un huerto.
Los árboles aquellos que El Destri pusiera
sobre una tierra estéril en el páramo aquel
forman el blanco manto que, en cada Primavera,
da excelente motivo a un experto pincel.
Ya no son las varitas clavadas en el suelo
sin ramas y sin hojas, sin frutos y sin flor,
ahora es un paraíso, cual bajado del Cielo
en el que El Destri puso todo su amor.
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Desde muy niño siempre he ambicionado y deseado tener, vivir y gozar de una casa de piedra construida por mí mismo, al menos dirigida y diseñada a mi gusto. Cuando tenía catorce años y pasaba los veranos en la pequeña finca de Jaén, dedicaba unas horas cada día a reunir piedras y trasladarlas cerca de la desvencijada casa que ya había, con la intención y el propósito de en un futuro construir una casa grande y en condiciones de cobijar a toda nuestra familia con comodidad, hasta una piscina tenía la ilusión de construir con mis propias manos y esfuerzo, con el tiempo y mucho trabajo pensaba que lo conseguiría. Dos años después mi padre vendió la finca y yo al enterarme, muy enfadado le pregunte: ¿Y “mi piedra” , también la has vendido?
A lo que él me respondió: La piedra sigue en el mismo lugar, puedes ir a sacarla y te la llevas a donde quieras. Me sentí muy defraudado y apenado.
Treinta años después visité el lugar y hablando con su actual propietario, el que compró aquel pedazo de tierra donde estaban “mis piedras”, le pregunte por ellas y señalándome con la mano hacia un hermoso estanque me dijo que fue construido con ellas. Me sentí aliviado al ver que para algo bueno sirvieron mis fatigosos esfuerzos.
El sueño y anhelo de toda mi vida al fin lo he logrado casi al final de mis días.