Continuo mis lentos pasos por encima de la acera observando mi obra, me siento como un diminuto e insignificante Dios que admira lo que ha creado: todo aquello que en invierno sembré en el semillero protegido del frío para obtener los mejores planteles ya está en pleno apogeo de crecimiento y producción. Una rama de la parra roza mi cabeza, la engancho en el alambre y me asombro al ver la cantidad de racimos de uvas que comienzan a madurar, se vislumbra una buena cosecha. No son uvas para producir vino, es posible que también se pueda elaborar, lo desconozco, pero sí son excelentes para postre, las llamadas “uvas de mesa”: gordas apretadas y crujientes; las hay de tres variedades: Alfonso Lavallé que son tempranas, gordas y sonrosadas, Rosetti blanca y negra, y Moscatel que son las que más me gustan, muy dulces y aromáticas; con éstas si sale un excelente vino dulce pero desconozco como se elabora, tal vez algún día lo experimente.
Dejo de caminar por la acera de cemento y penetro en el sendero que separa el jardín de la huerta, a la izquierda florecen los agapantos, las lantanas y a la derecha están las jardineras repletas de freesias ya marchitas a punto de recolectar sus bulbos y colocar tajetes o geranios que esperan para ser trasplantados; a mi izquierda veo un parterre de azucenas en flor, su perfume ya lo comencé a notar antes de llegar, penetrante y dulzón; Son flores muy bellas con las que se suelen adornar las iglesias y procesiones y se hacen ofrendas a la Virgen María en las fiestas de mayo. Siempre las recordaré porque cuando era niño acostumbraba ir detrás de la procesión del Cristo de la vera Cruz en mi pueblo, vestido de comunión agarrado de la mano de una niña también con sus galas de comunión, y el rastro de su penetrante perfume es inolvidable, como también es imperecedero el recuerdo de aquella niña que tal vez fue mi primer amor...
Al lado de las azucenas hay una hilera de rosales todos rojos asalmonados en plena floración mezclando su perfume con el de las azucenas, me paro, olfateo y me siento transportado a un mundo celestial.
Formando una larga hilera de agapantos muy juntos con su tallo largo a punto de reventar esas flores hermosas que parecen pelotas de balonmano totalmente azules, a su lado otra hilera de narcisos ya marchitos porque hace una semana dejaron de producir su hermosa y perfumada flor, a la espera de que su bulbos engorden, ser arrancados, secados y guardar para la próxima temporada que se colocarán en el mismo lugar con tierra suelta y abonada para que rebroten una nueva flor.
Continuo por el camino y veo a mi derecha otra gran hilera de ajos a punto de arrancar y expuestos al sol a secar y guardar para condimentar los buenos guisos. Justo al lado hay un hermoso surco de esparragueras que ya han producido su cosecha; están muy sabrosos simplemente hervidos con un poco de sal, con mayonesa, asados a la parrilla o en tortilla mezclados con ajitos tiernos,
Me paro junto al cerezo y veo sus frutos totalmente rojos, doy la vuelta, me dirijo al porche y cojo un cestito que al regresar lleno de bonitas y ricas bolitas ensartadas de dos en dos como si fueran zarcillos de rubíes; cuando era niño solía jugar poniéndomelas en las orejas. Al lado, cinco pasos más adelante veo el ciruelo que está sobrecargado, dejo el cestito en el suelo y me entretengo un rato eliminando algunas para mejor desarrollo de las restantes; mientras realizo esta operación oigo ruidos en la casa, Merceditas ya se ha levantado, tomo el cesto y raudo voy hacia la ella para ofrecerle los frutos recién recolectados; tomo asiento a su lado unos minutos mientras la observo tomar su desayuno.
Regreso pisando la pradera de césped aún mojada por el rocío y penetro en el camino anterior; al principio me topo con dos albaricoqueros, el primero con los frutos ya maduros, es el tempranero que produce unos albaricoques muy dulces de color sonrosado por una cara y blanco amarillento por la otra; tomo uno y me lo meto en la boca, efectivamente esta muy dulce y sabroso; mas tarde he de regresar para coger unos cuantos y hacer mermelada; paso al segundo árbol que es más tardío, produce un mes más tarde, son mas grandes, de color amarillo y el hueso se puede comer como el de una almendra.
Continuo por el mismo camino y a la derecha voy dejando un raudal de rosales multicolores de flores muy grandes, muchas ya están abiertas y cantidad de capullos a punto de abrir; penetro en el parterre y me encuentro rodeado y obsequiado por el dulce y suave aroma que me hace soñar... hay rosas de todos los colores: de un intenso rojo, rosadas, amarillas, asalmonadas, blancas, malvas y unas especiales que parecen casi negras; la mayoría han sido injertadas por mí mismo tomando esquejes de las que más me gustan y aplicándolas a otras de las cuales brotan especies no conocidas de una hermosura y colores variados, siempre con la incertidumbre antes de verlas florecer, que cuando se abren ves lo que has creado y la satisfacción de haber conseguido algo tan bello.
Lindando con el césped que rodea a la piscina me tropiezo con el tronco del aguacate también lleno de frutos pequeños aún sin madurar, está cargado y este año tendrá una buena cosecha. Me detengo bajo su espesa sombra y me deleito unos minutos con el aroma de las rosas que están muy cerca, las admiro y me doy cuenta de que es la flor más bonita de todas y al mismo tiempo la más esquiva, porque es difícil de atrapar si no se hace con suavidad, porque con sus espinas se defiende de no ser desprendida de su tallo que la alimenta para continuar con vida ofreciendo su belleza; como las mujeres bonitas, que lo saben, y en ocasiones juegan a ser ariscas con el hombre que aman para atraerle mejor, y que al igual que la rosa con el tiempo se marchita...
Muy cerca de mis pies está el parterre de liliums que ya dejaron de florecer, con el tallo casi ajado indicando que es el momento de sacar los bulbos para la próxima temporada que florecerán intensamente con sus finas y bellas flores azules, blancas y amarillas; ya están preparados los tajetes que ocuparán su lugar e iluminarán esta zona con su vivo colorido y característico aroma silvestre; así embellecerán hasta entrado el otoño el macizo que separa el césped de la piscina con el huerto. Un huerto que no es solo huerto, porque está diseñado y formado con hortalizas y plantas ornamentales mezcladas aquí y allá para embellecerse las unas a las otras, combinar sus aromas y mientras trabajo por su entorno poder admirarlas a todas, estar más cerca de sus variadas fragancias, y hasta a veces, coger una fruta y saborearla al tiempo que venteas la esencia de alguna flor cercana. ¿Quién puede saborear un tomate con olor a jazmín , ¿O una cereza que huele a rosas?, ¿O un melocotón recién cortado con la pelusa adherida y el color sonrosado como el moflete de un bebé?. Cuando aún la sabia fluye por sus entrañas derramando un suave caldo chorreando por la comisura de los labios al morderlo.
Sin abandonar la sombra del aguacate que me protege de los rayos solares que ya comienzan a calentar, miro a mi derecha y veo la espléndida pradera de césped recién cortada, lisa, muy verde, iluminada por el sol y sombreada por los hermosos naranjos aún con alguna flor escondida en la penumbra de sus ramas; siento la tentación de acercarme para observar las naranjas recién formadas del tamaño de una canica, algunas ramas aguantan más de las que podrán soportar pero la naturaleza es sabia y deja desprender las más débiles que caerán después de muertas; me acerco todo lo que puedo al interior del follaje y siento el bálsamo del azahar que penetra por mi nariz con suavidad, veo que muy pocas flores aún permanecen adheridas al lado de las pequeñas naranjas a punto de morir, parece que las acompañan en su débil crecimiento para darles un principio de su vida más agradable y después caer juntas para seguir ofreciendo el poco aroma que les queda a las plantas que están debajo, más tarde morirán y se transformarán en detritus orgánico con el que abonarán el suelo dando alimento a su progenitor: es sublime, morir y continuar sirviendo para seguir dando vida.
Me deslizo entre la espesura del árbol y me dirijo hacia la mimosa que está bellísima, muy verde, con sus tiernos tallos recién nacidos , ya no tiene flor per o su belleza es tal que parece una pirámide emergida de la pradera que tiene a sus pies; una pirámide amarilla cuando está florecida en pleno invierno, cuando la hierva está más apagada y la alumbra con su esplendor, como diciendo: <¡no te preocupes hierva, que el verdor que has perdido ahora lo tengo yo para mostrar tu belleza y en verano te lo devolveré!>... entonces tu me prestarás tu frescura y vigor.
Avanzando lentamente por la fresca pradera dirijo mis pasos hacia la casa para beber un trago de agua, paso bajo los granados con sus rojas flores como rubíes que destacan del brillante verdor, algunas granadas ya germinadas cuelgan de las ramas mirando hacia el suelo como si se entretuvieran mirando a los pequeños insectos que pululan a su alrededor; infinidad de diminutas hormigas golosas trepan por el tronco repartiéndose por las ramas para llegar hasta los cálices de las flores en busca de su sabroso néctar con el que formarán pequeñas bolitas que transportarán a la despensa de su hormiguero; miro a mi derecha y observo el acebo brotando nuevos retoños muy brillantes y blancas florecillas muy diminutas de las que saldrán unas bolas rojas por Navidad.
Paso bajo la jaula del canario que no para de entonar sus bien afinados trinos que quisiera imitar y no puedo; le chisto y me contesta: ¡pío, pío! Le pongo una hojita fresca de lechuga e inmediatamente se descuelga de su aposento para degustarla con deleite; entro en el porche y veo en la estantería una variedad de botellas de licor fabricadas por mí : de limón, fresa, frambuesa, mandarina, granada, nueces y melocotón; son muy suaves, me apetece un trago y elijo el de limón; abro el frigorífico y saco unos cubitos de hielo que introduzco en un vaso, añado un chorro del exquisito licor y en ese momento me doy cuenta de que está más rico con unas hojitas de menta, salgo a toda prisa, con pasos largos característicos a mis andares y largas piernas, atravieso la pradera en dirección al estanque donde está plantada y desprendo dos hojas que al regresar las pongo dentro del vaso, y después de dar una ligeras vueltas para mezclar el conjunto doy un pequeño sorbo y lo termino con regodeo quedando mi garganta refrescada para continuar mis labores cotidianas.
Con el agradable sabor en mi boca me dirijo hacia el frente, por el camino donde al principio están los albaricoqueros que producen mucha sombra y es agradable pasear; es un camino de grava con un parterre a la izquierda y muchos rosales también de variados colores, aquí hay uno que me llama siempre la atención; es rojo oscuro y sus rosas muy grandes cuando están abiertas; todos están protegidos por la sombra del emparrado también cargado de hermosos racimos; aquí están las más tempranas y ya se aprecia alguna que empieza a colorear, en pocos días estará lista para comer. A la derecha hay más rosales, más allá los cañizos que entutoran las tomateras ya repletas de tomates algunos maduros; me introduzco entre los surcos y comienzo a atar algunas matas muy crecidas, veo racimos de tomates muy verdes, otros a medio madurar y los más rojos a punto de cosechar, pero no hay prisa, siempre los cojo cuando se necesitan, ahí conservan su sabor con más fragancia; infinidad de racimos de flores abiertas, otras cerradas comenzándose a abrir y las abejas que las sobrevuelan de una en otra transmitiendo el polen para una perfecta germinación.
Termino de atar las plantas y me dirijo al frente atravesando un sirco de hermosas matas de berenjenas con cantidad de flores, entre el follaje distingo el violáceo de algunas ya maduras, otras a medio madurar e infinidad de pequeñas en desarrollo; coloco un tutor a una planta que está doblada y a punto de caer, hay mucha hierba que he de escardad para que dejen a las plantas crecer y con mejor profundidad, es una trabajo duro pero hay que hacerlo con paciencia e ir acodando los troncos para que no se tuerzan y ahorrar el trabajo de colocar tutores, que además afean la hortaliza y en algunos frutos con el roce. Colocado el apoyo en el tronco doy tres pasos y me adentro en un bancal de cebollas con el tallo muy alto y la cabeza a punto de florecer, escarbo con los dedos a su alrededor levantando algo de tierra y veo con asombro unos bulbos de gran tamaño, ya están listos para pisar para que engorden más; con mis grandes pies y cortos pasos empiezo a abatirlos y doblando los tallos uno a uno hacia la tierra con el propósito de acortar su crecimiento y que la sabia alimente solo al bulbo para que engorden más; son cebollas blancas y muy tiernas, no pican y son excelentes para acompañar en ensaladas de tomate y pepinos, también para los sabrosos y refrescantes gazpachos; pensando en el gazpacho me dirijo al surco de los pepinos y ver si encuentro alguno maduro para hoy hacerme uno muy fresco, he de apresurarme para ponerlo en el frigorífico a refrescar y esté listo a la hora del almuerzo; encuentro dos de buen tamaño, arranco una cebolla, cojo cuatro tomates muy rojos, un pimiento, una cabeza de ajos de los que están al lado de las esparragueras y me dirijo dando grandes zancadas hacia la mesa de la cocina del porche; allí tengo todos los materiales y cazuela de barro especial para este sabroso mejunje; corto los pepinos y la cebolla en trocitos muy pequeños después de lavar y pelar, paso los tomates por un rascador para extraerles el jugo y la pulpa y separar la piel, pelo los dientes de ajo que están muy tiernos pero ya desprenden su característico y picante tufillo, los introduzco en el mortero y comienzo a machacar con un poco de sal y un puñadito de cominos; ya están todos los ingredientes en la cazuela de barro, añado el resultado del almirez, pongo un generoso chorro de aceite virgen de oliva y otro de vinagre, corto unos trocitos de pan y los añado, posteriormente aumento el volumen con agua hasta cubrir todos los ingredientes, lo cato y noto que está en su punto, ¡colosal! Es la costumbre de hacerlo tantas veces... Hay quien lo tritura con una turmix para dejarlo con un suave puré pero a mí me gusta sentir y morder los trocitos de cada cosa, fresca y recién recolectada.
Regreso al huerto por el mismo camino antes recorrido, el que se dirige al estercolero, al semillero y el invernadero; junto al depósito de compost está la higuera conocida como “Coll de dama” (nombre dado en mallorquín) porque el fruto tiene el rabo por donde se agarra a la rama muy largo yasemeja el cuello de una señora; otros la llaman “de la señora” por la leyenda que cuentan en estos lugares de que había en un predio (finca) muchas higueras pero una solo de esta clase y a la dueña de la casa le encantaban por su dulzor y finura; en una ocasión uno de los peones del predio le pidió permiso al capataz para ir a comer higos y le dijo: ¡puedes comer los que quieras pero no toques la higuera de la señora efectivamente son muy sabrosos, dulces, pequeños pero pura miel.
El invernadero está vacío, algunas plantas en reposo esperando ir a su lugar definitivo cuando se le encuentre un espacio o para reponer a otras, en el semillero ya están naciendo las plantas de invierno.
Paso junto a más plantados cerca de los melocotoneros comenzando a tomar su color , enfrente está el gallinero perfectamente limpio con sus nueve gallinas escoltadas por el esbelto y elegante gallo como si fuera el Soberano del harén rodeado por sus concubinas a la espera de ser tomadas por el gentil macho que muy frecuentemente lo hace demostrando su poderío; es un gallo precioso, producto de una cría de cinco huevos incubados de los que solo nacieron tres y todos machos, sus hermanos fueron a parar a la cazuela indultándole a éste por ser el más hermoso, grande, de finos y vivos colores negro con tonos azulado- verdoso brillante; con sus enhiesta cresta apuntando hacia los cielos y sus rojas barbas colgando una a cada lado de la cara embelleciendo su peligroso pico con el que defiende a sus damas.
Doy un rodeo por los frambuesos plantados alrededor de la mansión gallinera produciendo sombra a sus habitantes en las horas de más calor donde se tumban y escarban bajo esta fresca sombra, siempre con su cacharro lleno de agua limpia y fresca, y otro con comida que nunca les falta para producir esos sabrosos huevos con yema de color anaranjado y que están tan ricos simplemente con unas patatas fritas y un pisto. ¡Quién fuera gallo! ¡Vaya vidorra! Aunque por su longevidad no es nada envidiable pues tan solo viven de tres a cuatro años, cinco o seis como mucho y si no terminan en la cazuela; siempre me ha dado pena sacrificar a un animal así por las buenas, aunque sea para nuestro sustento que es muy normal pero no me gusta, casi sufro yo más y prefiero que mueran de viejos.
Entro en el aposento de las agradecidas aves y se me acercan reclamando alguna golosina que siempre les llevo, al notarlo doy la vuelta y me dirijo al caballón de las lechugas donde arranco unas cuantas espigadas y se las echo
para refrescar sus buches; todas corren a picotear con entusiasmo, mientras tanto penetro en el refugio donde duermen y están los ponederos, miro en sus interiores y recojo ocho hermosos huevos recién puestos aún calientes, observo en otro nidal y veo a la clueca incubando impasible y acalorada una docena de huevos que muy pronto serán polluelos y corretearán por el huerto alrededor de su madre buscando comida y pequeños insectos.
Salgo del gallinero y me tropiezo con el estanque para limpiar los huevos en el chorro del agua limpia y al mirar bajo la superficie veo infinidad de peces que se me acercan también buscando algo de comer o por curiosidad al verme, los hay de varios colores y tamaños, los compré el año pasado muy pequeños, no medían más de cinco centímetros y ya miden casi treinta; los hay rojos, anaranjados, plateados con manchas azules y otros grises con manchas verdes, también hay una carpa royal que pesqué el año pasado en el pantano y después de conservarla viva durante el trayecto de regreso la introduje en el estanque y no medía más de un palmo, ahora llega casi a dos. Es una maravilla tener mis propios peces cerca de donde vivo, siempre soñé con esto, más quizás por causa de haber sido un “furtivo”, que en tiempos pasados pescaba sin piedad infinidad de truchas y otros peces que ni con ellos me alimentaba y regalaba a diestro y siniestro; tal vez por arrepentimiento ahora los cuido con tanto celo y esmero. Retorno raudo a la casa, entro en la cocina y cojo un trozo de pan que a mi regreso corto en trocitos pequeños y los lanzo a la superficie observando que con rapidez los animales acuáticos se lanzan a devorarlos, puedo verlos muy de cerca y con nítida claridad, realmente son hermosos y bellos, cada vez que los contemplo me siento más arrepentido de haber sido tan “furtivo” sin piedad, pensando solo en mi entretenimiento y no en ellos que vivían en sus aguas tranquilamente hasta que llega el hombre y los elimina.
He pasado la mañana observando y trabajando en el huerto con infinita alegría, silbando y en ocasiones tatareando alguna alegre canción que desconozco su letra, es casi la hora de comer, el calor aprieta y los sudores chorrean por casi todo mi cuerpo, me dirijo a la piscina y después de ponerme el traje de baño me pongo bajo la ducha soltando un frío chorro que elimina y limpia el polvo de mi piel, a continuación me sumerjo con deleite en el agua tibia que me refresca y relaja, permanezco unos minutos quieto con el líquido elemento hasta el cuello disfrutando del momento, me doy la vuelta e introduzco todo el cuerpo buceando como un delfín y atravieso el fondo tocándolo con las manos , asomo la cabeza a la superficie y veo con admiración el paisaje a ras del agua: la jacaranda llena de flores azules, el sauce con sus espléndido verdor y debajo de ambos la sombra que protege al césped acompañado por los arriates de agapantos, lantanas, tajetes y otras flores de verano que alumbran y embellecen todo el jardín; a lo lejos se divisa la bruma que acaricia las montañas y su difuminado follaje de olivos, algarrobos, pinos y almendros; a través de los naranjos miro hacia el huerto del vecino y veo a los burros tumbados a la sombra de un olivo, oigo el canto de los mirlos que acechan algún insecto, los gorriones que vuelan a su alrededor y el gavilán en los cielos a la espera de alguno despistado que vuele en su territorio y se lanzan a por el con destreza. La vida es bella, cuando hay paz y tranquilidad mucho más, y en estos momentos siento mucha paz, serenidad y felicidad de haber conseguido lo que tanto soñé: una casa en el campo con toda esta naturaleza y serenidad casi absoluta. Nunca pensé en mis sueños que estuviera acompañada y rodeada de tantos seres vivientes que le dan más belleza y quietud proporcionándome la vida que tanto he deseado. A veces pienso que esto es un adelanto del paraíso.
Oigo una voz que grita: ¡A comer!
Salgo del agua con mucho apetito y mientras camino a la casa voy pensando en la buena comida que me espera; ya está puesta la mesa en la terraza debajo del sauce, a la sombra, porque en esos momentos aprieta el calor pero una ligera brisa procedente del mar recorre el valle refrescando de manera muy agradable, voy al mostrador de la cocina y preparo unos zumos de naranja, naranjas de mi huerta, con todo su sabor, frescura, vitaminas y dulzor, siempre lo tomo de postre aunque halla otras frutas.
Cuando me siento a la mesa veo ante mis ojos un plato con dos huevos fritos, un par de chorizos, un montón de pisto y el colmo de patatas fritas, al lado un boll de gazpacho muy fresco, mmmmmm ¡como me voy a poner!
Pausadamente escancio un poco de vino tinto en un vaso, corto un trozo de pan e inmediatamente pero con la misma calma me dispongo a mojar en el pisto y en los huevos recién puestos con una yema anaranjada que invita a romperla; tomo un sorbo de vino y me deleito con el sabor del bocado, mientras con la mirada perdida en mis alrededores, embelesado en la naturaleza que me rodea: la cigarra rompe el silencio frotando sus alas, el ladrido de un perro en la lejanía y el croar de las ranas que, aún habiendo terminado sus danzas nupciales continúan croando, quizás por la alegría de haber traído al mundo a sus crías a las que les enseñan a croar, a vivir y a cazar insectos; algún atrevido gorrioncillo se posa sobre la hierva y me mira solícito esperando una migaja de pan, arranco unas cuantas del trozo que hay sobre la mesa y se las tiro, inmediatamente otros que estaban posados en las ramas se lanzan atrapándolas con rapidez regresando a un lugar escondido y tranquilo para devorar con buen apetito. También las perritas (Paty y Trufi) me miran con ojos celosos esperando un pequeño bocado que siempre les suelo echar. Doy un trago al refrescante gazpacho, y entre trago de vino, cucharada, y pringada, lleno mi estómago con satisfacción y permanezco un rato deleitándome de todo lo que me rodea.
He terminado de comer y de abstraerme en “mi pequeño paraíso”; después de saborear un gran vaso de zumo de naranja, tomo el camino de la explanada del olivo donde hay colgado un chinchorro entre dos trocos para echarme una pequeña siesta, con el balanceo, la ligera brisa procedente del mar y observando boca arriba a las aves que se posan en las ramas, con un cigarrillo entre los dedos al que doy unas cuantas bocanadas, me quedo profundamente dormido. No más de media hora permanezco en esta situación porque mi espíritu es inquieto y siempre quiero estar haciendo algo, hace mucho calor a estas horas de la tarde, no apetece realizar trabajos duros pero siempre hay cosas que hacer a la sombra como: preparar los ingredientes de alguna conserva, mermelada o encurtido, entrelazar unos ajos formando una trenza para guardar, o enristrar pimientos y tomates para colgar en el cobertizo a la espera del invierno; en ocasiones no hay faenas o no me apetece hacer nada y me recuesto en una tumbona con un buen libro y penetro en las aventuras, intriga policíaca o alguna historia de amor.
Las cigarras frotan con más intensidad sus alas por el fuerte calor de estos momentos, las ranas han dejado de croar y los perros de ladrar , parece que también se recrean en su siesta; la brisa no deja de soplar produciendo un ambiente agradable del que todos disfrutamos, en ocasiones, muy pocas, deja de acariciarnos esa tibia corriente de aire dando paso a un intenso calor bochornoso a veces insoportable pero de poca duración porque el astro Sol en su camino hacia el ocaso calienta más levemente la superficie terrestre y entonces es cuando se empieza a vivir de nuevo; todos los seres vivientes comienzan a despertar de su pequeño letargo reanudando sus actividades: unos a trinar, otros a croar, los más lejanos a ladrar y los más inteligentes a buscar sus sustento para seguir sobreviviendo.
Siempre con la misma calma me dirijo hacia la huerta para reanudar mis quehaceres que son muchos pero leves: ato matas de tomates, despunto los pimientos, recolecto todo lo que encuentro en su punto y lo traslado con la carretilla al cobertizo con la intención de convertir en productos conservados para el invierno; paso las últimas horas de la tarde en labores sencillas y agradables, pocas veces realizo algún trabajo duro porque es necesario, como quitar malas hierbas, labrar, hacer caballones para plantar que normalmente dejo para las madrugadas que son frescas, y a última hora, cuando la tarde está apunto de caer riego toda la plantación, porque es cuando más le conviene y lo agradecen las plantas, y en ocasiones las hablo y parece que me entienden, porque veo que en agradecimiento a mis halagos producen mejores cosechas; de vez en cuando, mientras espero que el agua corra por los regueros inundando los surcos y caballones analizo los árboles y sus frutos algunos ya maduros de los que alcanzo alguno saboreándolo con sumo placer.
Ya está el Sol a punto de rozar la línea del horizonte, me encuentro cansado y sudoroso, voy a la caseta y coloco las herramientas en su sitio y me dirijo a ponerme el bañador con entusiasmo, siempre con el silbido entre mis dientes o tatareando alguna desconocida melodía, con entusiasmo y después de darme una fría ducha, me introduzco en la tibia agua de la piscina, que después de recibir el sol durante todo el día, da la impresión de estar metido en una gran olla de caldo pero se agradece para tomar un largo baño de relajación que al rato es interrumpido por el chorro de agua fría de la ducha, para sentir mi cuerpo con la frescura como si me acabara de levantar en la madrugada.
Ha llegado el momento más enigmático del día, el atardecer, la puesta de sol.Me dirijo como cada tarde a la explanada del viejo acebuche, tomo asiento en el banco justo al lado de la tumba de “mi Cuky”, aquella caniche que tantas veces me salvó de la depresión, que murió a los once años y aún enferma iba a visitarme de vez en cuando al huero allá donde estuviese, me saludaba con un par de lametones y regresaba contenta a su cojín; y acariciando la tierra que la cubre observo la magia de la despedida del Astro, quedo admirado de presenciar el intenso colorido que reina a mi alrededor, las pocas nubes que acompañan al Sol en su retirada emitiendo destellos de colores variados, desde rojos intensos, anaranjados, amarillos, violáceos tornando a azules ultramar y verdes esmeralda, todas ellas se disputan dar escolta al Astro Rey en su camino hacia el Oeste, hacia el Ocaso, hacia donde comienza a aparecer el planeta Venus, muy luminoso, como si le tomara el relevo e iluminara algo grandioso que trae desde muy lejos y animado en su lento paso por las entonaciones de amor y esperanza de los ruiseñores que corean dándole la bienvenida y entonando el canto de alabanza para dar paso a la noche.