martes, 20 de noviembre de 2007

Miro al frente y admiro el olivo plantado delante de la terraza, tal vez tenga doscientos años o más, es viejo pero aún muy joven, hay compañeros suyos muy cerca de aquí que tienen más de mil años; con sus plateadas ramas repletas de diminutas flores, flores que germinarán y se transformarán en el sagrado ungüento de los Dioses. Más al fondo veo una enredadera con sus rojas flores destacando intensamente entre el follaje verde; a la derecha está la madreselva adornada de blancas florecillas, respiro profundamente y hasta mis sentidos olfativos llega su exuberante y dulce olor, con mezcla de azahar y otros mil perfumes que en este momento pululan por la limpia atmósfera que rodea este lugar.

1 comentario:

Carola dijo...

Que hermoso lugar! de solo pensarlo no hay dudas que es el lugar donde uno ha querido estar siempre. La madre selva era mi planta preferida de niña, mi abuela me enseño que sus flores se chupaban, y pasaba mis tardes entre ese sabor dulce mientras ella arreglaba sus rosales.
Saludos!