martes, 20 de noviembre de 2007

A mi espalda escucho el canto de un mirlo, miro hacia el naranjo cargado de frutos en plena maduración y que aún mantiene vivas algunas flores de azahar y puedo oler su delicado perfume; al alcance de mi mano, en lo más oscuro del follaje observo y descubro el nido del ave que antes escuché cantar, puedo ver a la hembra acurrucada muy quieta con las alas cerradas cubriendo los huevos o polluelos que me observa temerosa con ojillos vivaces; acerco mi mano y la matrona incubando asustada abandona su morada, introduzco con mucho cuidado los dedos y tanteando descubro dos lindos huevos, tomo uno de ellos con la mayor delicadeza y observo con asombro y ternura que son de un color azul celeste y puntitos negros, está muy caliente; rápidamente vuelvo a colocarlo en su lugar y me retiro con cierto sentimiento de culpabilidad por haberme entrometido en la morada de un ser tan maravilloso que estaba en la labor de traer más naturaleza viva a este mundo pero no me preocupo porque estoy en la certeza de que la dueña del nido regresará en cuanto vea que me alejo y continuará con su delicada y maternal tarea; también me voy satisfecho porque he obrado con bondad, al contrario de otros desaprensivos que los destrozan sin motivo, por el solo hecho de desmembrar algo que ningún daño les ha hecho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay distintas clases de seres humanos, los viles y crueles que obran sin razón solamente para sentirse mejor, y los de alma pura que admira la belleza que el mundo da.
Has obrado muy bien, y esas aves algún día volaran en el firmamento azul.