martes, 20 de noviembre de 2007

Regreso mis pasos y me dirijo hacia la fuente, rodeo las cicas que ya están a punto de desprender sus nuevas y abundantes hojas, veo los ciclámenes con sus casi apagadas flores que iluminaron este rincón durante el frío invierno; debo cambiar estas plantas por otras más floridas pues justo ahí están enterradas mis perritas: La Cuky y La lula, no quiero que les falte ornamento a sus invisibles tumbas que están allí, sin lápida y sin nombre pero permanecen en mi recuerdo como algo muy querido y amado, algo que me proporciona felicidad, sobretodo La Cuky que vivió trece años a mi lado, que me dio el mayor cariño que he tenido, que le contaba mis penas y alegrías, que me escuchaba con atención cuando le hablaba al oído y me miraba con aquellos ojillos tiernos, astutos y alegres, alegres cuando ella me tonaba contento, con tristeza cuando la tenía y que yo también le contagiaba. Era tan fiel, tan dulce, obediente, cariñosa e inteligente que jamás la podré olvidar; fue el único ser que me entendía y me quería con verdadero sentimiento y nobleza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nunca morirán , porque las llevaremos en nuestro corazón.... yo también he perdido muchas mascotas pero siempre estarán en nuestros recuerdos. Creo que nadie muere, sino que se trasforma.