martes, 20 de noviembre de 2007

Tomo el desayuno sentado a la mesa del porche, miro al horizonte, hacia la bocana del puerto, hacia el ocaso, por donde hace miles de años penetraba el mar inundando estas fértiles tierras, por donde entraban las tropas sarracenas, bandidos y bandoleros para atacar a las gentes que habitaban este lugar hace quinientos años, violando a sus mujeres y saqueando sus humildes viviendas de pobres labradores que en aquellos tiempos subsistían de los productos del campo y de la pesca; ahora, detrás de esa bocana están las playas repletas de turistas tomando baños de sol y disfrutando de las tibias aguas de la bahía.
Continuo con mi sabroso desayuno pausadamente, los primeros y tímidos rayos del sol comienzan a iluminar lo más alto de las montañas; ya se vislumbran con nitidez los pinos, los algarrobos, los olivos milenarios y los almendros que en pleno invierno rodean con un manto blanco la falda de la montaña.
Desayuno con mucha calma, como si fuese el último de mi vida y lo quisiera saborear hasta terminar la última gota de café con leche y hasta la última migaja de pan untado en mermelada; me recreo en la naturaleza que me rodea y me empiezan a rozar los primeros rayos de sol en la cara.
Termino y sigo sentado sin prisas, tengo mucho que hacer pero nada me apremia, todo me espera y me puede seguir esperando a que le haga los primeros cuidados del día, seguir creciendo y multiplicándose para producir los frutos y las flores que con generosidad me obsequian en agradecimiento a mis cuidados

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues, todo tiene su recompensa .... debemos disfrutar cada momento de nuestra vida, porque son únicos , y podemos tenerlo todo o no tener nada en una milésima de segundos..... o viceversa.